Una de las grandes dificultades a que se
enfrentan los profesores de idiomas es que los hispanohablantes desconocen la
estructura gramatical de su lengua materna. Si van a estudiar alemán, como lo
he testificado, y no saben que el alemán es una lengua flexiva, que funciona
con declinaciones como el latín, donde cada palabra tiene una terminación
distinta dependiendo del caso, número y género en que se encuentre dentro de la
oración, el profesor tendrá primero que enseñarles gramática española, antes de
proseguir con el alemán. No es que no conozcan su idioma, sino que desconocen
la morfología y la sintaxis, las conjugaciones, en síntesis, la gramática
española; esto aunado a una pobreza léxica impresionante entre los jóvenes de
hoy.
Todos los idiomas son fascinantes, en el caso del español, por ser mi lengua materna le tengo una intensa veneración, un auténtico amor. El inglés también es una lengua muy rica (tanto como las romances, las semíticas y las eslavas), pero desde la perspectiva lingüística no hay lenguas mejores o peores. Escribió el sociólogo español Manuel Castells en su libro La era de la información que el inglés es el latín de nuestra época, frase que escandalizó a todo el orbe hispanohablante, pero tiene razón, en el sentido de que es la lengua imperial, The World Language, por pragmatismo hay que saberla, pero también por cultura. Parafraseando a Álex Grijelmo, el español es la suma de todo su pasado y de todos sus hablantes en toda su dilatada geografía, espacial y temporalmente somos casi infinitos. Esto significa que somos herederos de un lengua opulenta, magnificente y rebosante de plenitud. Los lingüistas aseveran que el léxico hispánico (cuando uso esta palabra me refiero tanto a los peninsulares como a los hispanoamericanos) rebasa la cifra de 100, 000 vocablos. Pero estos estudios no han tomado en cuenta las variantes dialectales, es decir, los regionalismos de toda
No existe un español correcto y otro
incorrecto, el concepto de corrección lingüística es una creación de la ciencia
del lenguaje. Hay bastante relatividad en el habla coloquial para saber con
precisión científica quién habla bien y quien habla mal. El prestigio de una
determinada manera de hablar obedece al concepto de “prestigio lingüístico” y
ha variado según la norma, la lengua, la época, el estrato social, etc. Hay un
libro muy recomendable del lingüista Luis Fernando Lara, Lengua histórica y
normatividad (El Colegio de México) que da luces sobre esta inagotable
cuestión.
La lectura dotará a los jóvenes de un
arsenal léxico que esculpirá su manera de hablar, guiándolos quizás hacia la
ortodoxia de un español cultérrimo; principalmente la lectura de nuestros
clásicos: Quevedo, Gracián, Lope, Mexía, Góngora, Cervantes, Calderón; pues son
paradigma de elegancia y arquitectónica sintaxis, de pulcritud y belleza. No es
posible que teniendo toneladas de oro como herencia nos conformemos con
piedritas. Me refiero a que los jóvenes ya no usan adjetivos, adverbios, e
incluso va en declive el uso de sustantivos, porque todas estas palabras las
han suplido por el “güeyismo”. El español, por ser la lengua que me enseñó mi
madre, es la que más me fascina. Pero no es la única razón, me tienen hechizado
la historia del español, su literatura, su cultura y su esplendor.
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