domingo, 9 de septiembre de 2012

El español y las lenguas extranjeras


      Una de las grandes dificultades a que se enfrentan los profesores de idiomas es que los hispanohablantes desconocen la estructura gramatical de su lengua materna. Si van a estudiar alemán, como lo he testificado, y no saben que el alemán es una lengua flexiva, que funciona con declinaciones como el latín, donde cada palabra tiene una terminación distinta dependiendo del caso, número y género en que se encuentre dentro de la oración, el profesor tendrá primero que enseñarles gramática española, antes de proseguir con el alemán. No es que no conozcan su idioma, sino que desconocen la morfología y la sintaxis, las conjugaciones, en síntesis, la gramática española; esto aunado a una pobreza léxica impresionante entre los jóvenes de hoy.

     Todos los idiomas son fascinantes, en el caso del español, por ser mi lengua materna le tengo una intensa veneración, un auténtico amor. El inglés también es una lengua muy rica (tanto como las romances, las semíticas y las eslavas), pero desde la perspectiva lingüística no hay lenguas mejores o peores. Escribió el sociólogo español Manuel Castells en su libro La era de la información que el inglés es el latín de nuestra época, frase que escandalizó a todo el orbe hispanohablante, pero tiene razón, en el sentido de que es la lengua imperial, The World Language, por pragmatismo hay que saberla, pero también por cultura. Parafraseando a Álex Grijelmo, el español es la suma de todo su pasado y de todos sus hablantes en toda su dilatada geografía, espacial y temporalmente somos casi infinitos. Esto significa que somos herederos de un lengua opulenta, magnificente y rebosante de plenitud. Los lingüistas aseveran que el léxico hispánico (cuando uso esta palabra me refiero tanto a los peninsulares como a los hispanoamericanos) rebasa la cifra de 100, 000 vocablos. Pero estos estudios no han tomado en cuenta las variantes dialectales, es decir, los regionalismos de toda la América hispana, yo estoy convencido que la cantidad es mucho mayor, mas lo trascendente es la calidad; la Real Academia Española está reescribiendo el Nuevo diccionario histórico del español, con la finalidad de combatir esa ambigüedad.
     No existe un español correcto y otro incorrecto, el concepto de corrección lingüística es una creación de la ciencia del lenguaje. Hay bastante relatividad en el habla coloquial para saber con precisión científica quién habla bien y quien habla mal. El prestigio de una determinada manera de hablar obedece al concepto de “prestigio lingüístico” y ha variado según la norma, la lengua, la época, el estrato social, etc. Hay un libro muy recomendable del lingüista Luis Fernando Lara, Lengua histórica y normatividad (El Colegio de México) que da luces sobre esta inagotable cuestión.
     La lectura dotará a los jóvenes de un arsenal léxico que esculpirá su manera de hablar, guiándolos quizás hacia la ortodoxia de un español cultérrimo; principalmente la lectura de nuestros clásicos: Quevedo, Gracián, Lope, Mexía, Góngora, Cervantes, Calderón; pues son paradigma de elegancia y arquitectónica sintaxis, de pulcritud y belleza. No es posible que teniendo toneladas de oro como herencia nos conformemos con piedritas. Me refiero a que los jóvenes ya no usan adjetivos, adverbios, e incluso va en declive el uso de sustantivos, porque todas estas palabras las han suplido por el “güeyismo”. El español, por ser la lengua que me enseñó mi madre, es la que más me fascina. Pero no es la única razón, me tienen hechizado la historia del español, su literatura, su cultura y su esplendor.

 

 

 

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