domingo, 11 de diciembre de 2011

Un historiador heterodoxo del español

En octubre se cumplió el primer aniversario luctuoso del autor del monumental Los 1001 años de la lengua española, el mejor homenaje para el gran filólogo  mexicano es leerlo, y puedo asumir que soy un lector-lector, como denominaba Alatorre a quien lee por pura fruición, independientemente de cumplir con encomiendas académicas. No sólo sus libros filológicos sino sus estudios literarios y sus traducciones, este año fue publicado su primer libro post mortem: El heliocentrismo en el mundo de habla española (FCE) donde un sabio casi nonagenario deslumbra por su radical lucidez y su erudición enciclopédica; quiero sin embargo concentrarme en Los 1001 años por ser su obra más afamada y leída, en colaboraciones posteriores hablaré de sus demás obras. Podría comenzar citando algunos significativos fragmentos de esta historia heterodoxa de nuestro idioma, pero deseo rescatar las palabras que el propio Alatorre hizo públicas en una entrevista realizada por Alejandro Toledo en 1990 (Los márgenes de la palabra, UNAM). Es imposible sintetizar las ocho páginas de la entrevista en pocas líneas, les compartiré, algunos fragmentos. Le pregunta el entrevistador sobre la influencia ejercida en su libro y en su vida por su maestro Raimundo Lida, a lo que responde <…Si yo le presentaba un texto a Raimundo Lida, él lo leía en mi presencia; sus comentarios eran más o menos de este modo: “Fíjese, aquí hay este que seguido de otro. Debería quitar uno de ellos. ¿Qué le parece si acomodamos esta frase así?” ¿Cuál es el sentido de esta corrección? ¿La coquetería? No. Sirve para que el lector no tenga esa piedrita en el camino, para que la frase sea fluida, lo que en resumidas cuentas nos puede llevar a una hermosura del lenguaje.> El maestro aportó también una penetrante definición de su especialidad: “Entiendo por filología un interés por todo aquello que se refiere a la lengua española, lo cual nos hace ir inmediatamente hacia Cataluña y Portugal, y el parentesco del español con otras lenguas hijas del latín, es decir, el estudio de la filología románica. No sólo es la explicación de las palabras del Mío Cid sino también la comprensión de la hermosura de ese poema.” Alatorre explica la historia de la lengua española (HLE) desde las obras literaturas, incluye también obras jurídicas como Las siete partidas, obras históricas y astronómicas, pero el enfoque predominante es el literario. Las peculiaridades de su prosa son: la supresión de aparato crítico, la voluntad de ser un difusor, el humor fino, la elegancia y la claridad, pero en ningún momento la prosa deja de ser erudita como el autor lo pretendía, si entendemos por erudición el dominio enciclopédico de un campo determinado del saber. Un hecho destacable que hay que aplaudir es que su libro fue la primera HLE con fines críticos y divulgativos escrita por un hispanoamericano en el siglo XX, descentralizando así una arraigada tradición, pues desde el siglo XVIII (cuando aún éramos españoles de iure) eran los peninsulares quienes monopolizaban el tema, pues ni el gran Andrés Bello publicó una HLE y don Menéndez Pidal dejó su Historia inconclusa como Schubert su octava sinfonía. Desde el siglo XVI había nacido el español americano, y en pleno siglo XX los historiadores españoles de nuestra lengua habían ninguneado el fenómeno lingüístico conocido como español americano. Hay varias implicaciones que se desprenden de este hecho, pues con las independencias hubo una ruptura política e ideológica no sólo con España sino con la lengua, pero no podemos dejar de ser lo que somos como lo pretendieron nuestros connacionales del siglo XIX, hubo propuestas políticas para adoptar el francés como lengua nacional y erradicar el español. En la opinión de Álex Grijelmo, Los 1001 años de la lengua española nos enseña a amar nuestra hermosa lengua materna. Y cómo no estar de acuerdo con él. Aunque yo la he amado desde que era niño (yo jamás me creí ese cuento de que “fuimos conquistados”), su lectura representa una excelente oportunidad para quien aún no lo haya hecho, de enamorarse de nuestra noble tradición lingüística e histórica. Y sobre todo de conocerla, pues no se puede amar lo que no se conoce. A Alatorre le molestaba mucho que el filólogo español Rafael Lapesa en su Historia de la lengua española hubiera dedicado un breve capítulo aparte al español americano como si se tratase de otra lengua. Ese fue uno de los motivos que lo impulsaron a escribir su propia historia heterodoxa del idioma. Hablamos una lengua neolatina, derivada a su vez del indoeuropeo. ¿En qué momento el latín vulgar hablado en Hispania dejó de ser tal para transformarse en español? ¿Por qué el dialecto castellano prevaleció sobre los otros dialectos peninsulares? ¿Por qué los siglos de oro no tienen parangón con otras literaturas? Las respuestas a estas interrogantes se encuentran en el libro de Alatorre. En América pronunciamos palabras que hace siglos fueron olvidadas en España, el latín hispánico de la época romana ya tenía ese gusto por los arcaísmos y así conservó palabras latinas de hace 3000 años, como nuestro verbo “hablar”, que proviene de “fabulare” (los romanos lo olvidaron y sustituyeron por “loquare”) que significa: narrar historias, disertar en público. Nuestro latinísimo verbo “hablar” trae la tradición retórica en la sangre, y la vocación por la literatura en los genes. No cabe duda, seguimos hablando latín, un latín vulgar refinadísimo y evolucionado.