sábado, 15 de septiembre de 2012

Identidad mexicana y literatura nacional


 

“Esta idea falsa del trauma de la Conquista empieza a cobrar carta de naturaleza a partir de la Independencia. No hay tal trauma de la Conquista”.

 Jaime Labastida, Director de la Academia Mexicana de la Lengua.

 

     México no existía antes de 1821, al menos como entidad política, el nombre oficial del  país era Virreinato de la Nueva España. Incluso durante el periodo de la guerra de independencia (1810-1821), no se decidía aún el nombre oficial de nuestro país: Estados Unidos Mexicanos. Nuestro gentilicio correcto debería ser “estadomexiquense”, como se forma “estadounidense”, pero suena horrible. Otra cosa es “hispanounidense” cuyo gentilito han comenzado a adoptar los hispanos nacidos en los Estados Unidos. Tal vez por razones de eufonía preferimos el vocablo “México” y el gentilito de “mexicanos” (así con “x”, fuera de nuestro país lo escriben con “j”, pero es correctísima la “x”. Tiene su historia la equis en la frente. En latín no existía la letra jota (ni en el español del siglo XVI), en la lengua de Roma se escribía la ciencia de la época, los descubrimientos que los conquistadores atestiguaron, como el nombre del gran imperio azteca, lo dejaron registrado en latín. A los españoles “Méshico” les sonaba “Méjico”, con “j” y no con “sh”. En estos casos, los escribanos echaban mano de un medieval artilugio: una letra griega, la χ (ji), es maravilloso que el nombre de nuestra nación haya heredado una grafía griega, pues no se trata de una equis latina o castellana, sino de una ji, que en griego suena jota, como en χάιρε (gracias). Cada vez que un extranjero nos diga que no lo pronunciamos como se escribe, habremos de contarles esta bella historia lingüística. Todavía en 1605 cuando se publicó la primera edición del Quijote, se imprimió como “Quixote”, y no debe pronunciarse Quiksote sino Quijote.

 

     El origen de la palabra México lo encontramos en la voz náhuatl “mexico” (se pronuncia Méshico), gentilito de los aztecas o mexicas. La capital del imperio azteca se llamaba Meshico-Tenochtitlan, conquistada por las huestes de Cortés en 1521. A los nacidos en el suelo mesoamericano que fue dominado por el imperio azteca, ya en el siglo XVI comenzó a llamárseles mexicas o mexicanos por los españoles. La palabra “mexicano” se aplicaba exclusivamente al pueblo náhuatl, pero posteriormente se les fue denominando de igual manera a los nacidos en territorio nacional, aunque fueran hijos de españoles, es decir, criollos y mestizos. En 1810 la voluntad de los novohispanos fue abjurar del imperio español, elegir el republicanismo en detrimento de la monarquía, los americanos somos desde entonces republicanos, hijos de las luces; todavía no nos considerábamos mexicanos porque México no existía como entidad política, sino como una prometedora ideología que habían esbozado algunos sabios como Sigüenza y Góngora durante el Virreinato, pero sobretodo los jesuitas en el exilio italiano (Francisco Xavier Clavigero publicó la Storia Antica del Messico en 1780, el gran García Icazbalceta dijo de él: “Es el más popular de nuestros escritores y el más digno de serlo”.), y otros intelectuales del siglo XVIII. Pero los insurgentes fueron precisamente los criollos inconformes con el gobierno peninsular que les negaba el derecho de gobernarse a sí mismos, por el simple hecho de ser españoles americanos. Se consumó la independencia en 1821, pero no nos independizamos de la lengua española ni de la cultura ibérica (¡Ni lo mande Dios!), por ende, tampoco de la literatura en lengua castellana.

 

Una lengua es una cultura, una cosmovisión (Weltangschauung dicen los alemanes). La literatura mexicana es una prolongación de la española (todas las literaturas nacionales de Hispanoamérica lo son), pero con rasgos propios, con un carácter y unas tesituras propias que forjaron la historia de dos siglos como nación independiente. Una definición más precisa podría ser: la literatura mexicana es la producida en lengua española en México y/o por escritores mexicanos. La literatura y la política siempre han sido interdependientes, pero son entidades separadas. La política nos separó para siempre de España, pero por la literatura estaremos unidos siempre a una patria supranacional: la lengua española, heredad de todos los pueblos hispanohablantes. La identidad mexicana, así como el nacionalismo, se han ido construyendo en el imaginario colectivo, México es una creación más que de políticos, de poetas, de intelectuales y de artistas. Estos últimos han creado un México idílico con sus poemas, sus investigaciones y sus obras de arte; un México profundo (diría Guillermo Bonfil Batalla), han legitimado con sus creaciones verbales un orden jurídico, una sensibilidad colectiva, un modus vivendi: la ideología del Estado mexicano.

 

 

 

        

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 9 de septiembre de 2012

El español y las lenguas extranjeras


      Una de las grandes dificultades a que se enfrentan los profesores de idiomas es que los hispanohablantes desconocen la estructura gramatical de su lengua materna. Si van a estudiar alemán, como lo he testificado, y no saben que el alemán es una lengua flexiva, que funciona con declinaciones como el latín, donde cada palabra tiene una terminación distinta dependiendo del caso, número y género en que se encuentre dentro de la oración, el profesor tendrá primero que enseñarles gramática española, antes de proseguir con el alemán. No es que no conozcan su idioma, sino que desconocen la morfología y la sintaxis, las conjugaciones, en síntesis, la gramática española; esto aunado a una pobreza léxica impresionante entre los jóvenes de hoy.

     Todos los idiomas son fascinantes, en el caso del español, por ser mi lengua materna le tengo una intensa veneración, un auténtico amor. El inglés también es una lengua muy rica (tanto como las romances, las semíticas y las eslavas), pero desde la perspectiva lingüística no hay lenguas mejores o peores. Escribió el sociólogo español Manuel Castells en su libro La era de la información que el inglés es el latín de nuestra época, frase que escandalizó a todo el orbe hispanohablante, pero tiene razón, en el sentido de que es la lengua imperial, The World Language, por pragmatismo hay que saberla, pero también por cultura. Parafraseando a Álex Grijelmo, el español es la suma de todo su pasado y de todos sus hablantes en toda su dilatada geografía, espacial y temporalmente somos casi infinitos. Esto significa que somos herederos de un lengua opulenta, magnificente y rebosante de plenitud. Los lingüistas aseveran que el léxico hispánico (cuando uso esta palabra me refiero tanto a los peninsulares como a los hispanoamericanos) rebasa la cifra de 100, 000 vocablos. Pero estos estudios no han tomado en cuenta las variantes dialectales, es decir, los regionalismos de toda la América hispana, yo estoy convencido que la cantidad es mucho mayor, mas lo trascendente es la calidad; la Real Academia Española está reescribiendo el Nuevo diccionario histórico del español, con la finalidad de combatir esa ambigüedad.
     No existe un español correcto y otro incorrecto, el concepto de corrección lingüística es una creación de la ciencia del lenguaje. Hay bastante relatividad en el habla coloquial para saber con precisión científica quién habla bien y quien habla mal. El prestigio de una determinada manera de hablar obedece al concepto de “prestigio lingüístico” y ha variado según la norma, la lengua, la época, el estrato social, etc. Hay un libro muy recomendable del lingüista Luis Fernando Lara, Lengua histórica y normatividad (El Colegio de México) que da luces sobre esta inagotable cuestión.
     La lectura dotará a los jóvenes de un arsenal léxico que esculpirá su manera de hablar, guiándolos quizás hacia la ortodoxia de un español cultérrimo; principalmente la lectura de nuestros clásicos: Quevedo, Gracián, Lope, Mexía, Góngora, Cervantes, Calderón; pues son paradigma de elegancia y arquitectónica sintaxis, de pulcritud y belleza. No es posible que teniendo toneladas de oro como herencia nos conformemos con piedritas. Me refiero a que los jóvenes ya no usan adjetivos, adverbios, e incluso va en declive el uso de sustantivos, porque todas estas palabras las han suplido por el “güeyismo”. El español, por ser la lengua que me enseñó mi madre, es la que más me fascina. Pero no es la única razón, me tienen hechizado la historia del español, su literatura, su cultura y su esplendor.

 

 

 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Los ángeles en la literatura

     El origen de los ángeles en la literatura se encuentra en la Biblia, en la literatura judía. Tal vez la primera irrupción literaria de importancia postbíblica lo constituyan la Comedia de Dante y El paraíso perdido de John Milton, esa apología de la voluntad creadora, ese ejemplo a seguir de la rebelión. Dando un salto cuántico, en el México de la vigésima centuria quien continúa la tradición angélica es Xavier Villaurrutia, el poeta de Nostalgia de la muerte nos presenta a unos ángeles ubicados en las metrópolis, exiliados en el mundo terrenal, siempre observando la conducta de los hombres en situaciones culminantes como el crimen, el amor, la soledad o la muerte.

     En el ámbito de la lengua española Rafael Alberti escribió un poemario precursor sobre los ángeles en la década de los 20’s. Homero Aridjis con su Tiempo de ángeles (FCE, 1994) concluye la literatura angélica del siglo XX mexicano de manera suprema. Está escrito en Agesilaus Santander (un texto de Walter Benjamín, quien compró el cuadro Angelus Novus al pintor Paul Klee y escribió sobre él: “El ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies”.) que el propósito de la existencia de millones de ángeles es nacer y vivir <un instante> para cantar ante el trono celestial la gloria eterna del creador y después morir. Vaya tragedia para esos míticos seres que los cabalistas de todos los tiempos no han dejado de estudiar sistemáticamente y con profunda erudición en la ciencia que ellos denominan angelología.

     Los enfoques de las literaturas angélicas son diferentes entre sí y a veces francamente opuestas. Algunos proponen que el poeta es el ángel caído de la creación, que todo artista lo es, por ser divino, por poseer inspiración, por rebelarse contra su mortalidad. Otros creen en entidades etéreas, seres de luz que nos vigilan y acompañan en nuestro humano peregrinar hasta que nos reconciliemos con la muerte, esa última travesía del espíritu.  El ángel caído simbólicamente no es otra cosa que la maldad encarnada, el engaño, la mentira y la destrucción. En eso nos parecemos como hombres más a Satanás, a esa hueste de insurgentes celestiales, los ejemplos sobran en la historia del siglo XX. Poco tenemos, sin embrago, de los ángeles ascendidos a quienes alude Rilke en sus Elegías de Duino, quienes son tan bellos que apenas podemos soportarlos. He aquí los célebres versos: “Den das Schöne ist nichts als des Schrecklichen Anfgang,/ der wir noch grade ertragen und wir bebundern, …” (Pues la belleza no es más que la génesis de lo terrible,/ un límite que nosotros apenas podemos soportar).  

     Pero ¿qué clase de ángeles preferimos en la literatura? ¿A los heraldos del caos que caminaron por las calles de Sodoma o a los mensajeros luminosos que viven en una perpetua infancia como Xavier Villaurrutia lo consignó en su célebre poema Nocturno de los ángeles: “Se dejan caer en las camas, se hunden en las almohadas/ que los hacen pensar todavía un momento en las nubes./ Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,/ y cuando duermen sueñan no con los ángeles sino/ con los mortales”?

 

 

viernes, 31 de agosto de 2012

La biblioteca de la UTL

     La finalidad primordial de la biblioteca de la Universidad Tecnológica de León es la formación académica de sus estudiantes y profesores, pero posee además de su acervo científico y tecnológico cercano a los 30 000 títulos, otros acervos de carácter cultural en el área de Colecciones, a saber: La ciencia para todos, El Colegio Nacional, Obras Completas de Octavio Paz, Obras de Carlos Fuentes, Literatura Universal y Literatura Mexicana. Integrado en el acervo general se encuentra también una colección del Archivo Histórico Diplomático Mexicano. Recuerdo la vieja y divertida acusación recíproca entre los investigadores del Massachusetts Institute of Technology y los de Harvard University, narrada por Noam Chomsky; los de Harvard acusaban a los del MIT de incultos iletrados, y estos últimos los acusaban de no saber matemáticas, de analfabetos tecnológicos. En la UTL esta arcaica polémica ha sido resuelta. Porque la formación tecnológica es complementada con formación humanista, la Universidad tiene un Departamento de español (Expresión oral y escrita).
     La biblioteca es pública, es decir, cualquier ciudadano mexicano o incluso extranjero, puede consultar el acervo bibliográfico, hemerográfico, videográfico o discográfico; lo que no pueden hacer es llevar ese material a domicilio, esas son prerrogativas de los alumnos, profesores y trabajadores universitarios. El hecho de poder consultar sus apreciables libros ya es bastante. La colección de El Colegio Nacional es una de las más apasionantes, pues los sabios del país, de todas las ramas, dedicados de tiempo completo a producir conocimiento estampan sus libros en esta editorial. Casi todos los libros del filósofo y poeta Ramón Xirau se encuentran aquí, por ejemplo Genio y figura de sor Juana Inés de la Cruz, Poesía y conocimiento, Ciudades. Desde el 2007 el lingüista Luis Fernando Lara es miembro del CN, y ha publicado desde entonces luminosos artículos académicos sobre la historia de la lengua española en México, sobre lexicografía, etc. Se encuentran los 20 tomos de la obra del médico neo-renacentista Ruy Pérez Tamayo: historiador de la medicina, académico de la lengua, nada humano le es ajeno, erudito enciclopédico de quien tenemos mucho que aprender. En la colección Literatura Universal se encuentran los clásico de siempre: La Ilíada, La Divina Comedia, Don Quijote, casi todas las obras de nuestro más reciente Nobel de Literatura: Mario Vargas Llosa (no sólo es de los peruanos, sino de todos los hispanohablantes), las Obras Completas de Borges, etc. La Colección Obras de Carlos Fuentes tiene un perfil claramente bibliófilo, hay tres diferentes ediciones de La región más transparente: una edición crítica impresa por Cátedra en la prestigiosa serie Letras Hispánicas; la edición conmemorativa de los 50 años de la primera edición, elaborada por el FCE;  y una más, editada por la Real Academia Española. El lector tiene libertad para elegir qué versión degustar. Y aquí me detengo porque no es mi intención escribir un catálogo sino invitar al lector a que se sumerja en este tsunami libresco y humanístico.
     Puedo calificar a la biblioteca de la UTL de hispanista. Entiendo por hispanismo cualquier manifestación de amor por la lengua española y la cultura hispánica (que compartimos todos los países hispanoamericanos y España), ese amor se transparenta en la investigación, en la promoción de nuestra cultura escrita, en la difusión de los clásicos de nuestra lengua milenaria. En la Colección Literatura Mexicana encontré un libro que me sedujo al instante, lo leí con avidez y fascinación: Cuatro Ingenios (Espasa-Calpe, 1950) del polígrafo Alfonso Reyes, ese mexicano universal, helenista destacado, pero sobre todo especialista en literatura española. El libro lo conforman cuatro ensayos sobre cuatro clásicos de nuestra lengua, tres del periodo áureo (Lope de Vega, Quevedo, Gracián) y el último sobre el Arcipreste de Hita, “…son huéspedes un ingenio medieval y tres ingenios modernos…” en el estilo de don Alfonso. Fue escrito en 1917, durante su estancia madrileña. Son breves semblanzas biográficas y literarias, un recorrido por la geografía española y por la evolución de nuestra literatura, un viaje a través del tiempo. Son ensayos literarios pero con un acendrado enfoque historicista, pues no puede comprenderse la obra de arte sin el entorno histórico, por ejemplo, el hecho de que los primeros libros de Gracián hayan sido publicados con pseudónimo se debió al régimen de censura y opresión del pensamiento que la Inquisición estableció en la España de aquellos siglos. La prosa de Reyes es un auténtico deleite, pulcra, concisa, elegante, así define a Quevedo: “La experiencia del trato humano parece en él cosa innata: es político desde que nace. Hombre docto en cosas antiguas, ve en la política, como un clásico, la hermana mayor de todas las artes”. Qué bueno que tengamos bibliotecas como esta porque (transformando la máxima Sartreana) el hispanismo es humanismo.





jueves, 30 de agosto de 2012

El paradigma de "trayectoria de vida"

Del estudio de personas mayores al paradigma de trayectoria de vida

                       Traducido del francés por Francisco González



Chirstian Lalive d’Espinay con la colaboración de Jean-François Bickel, Stefano Cavalli y Dario Spini



Que una sociedad se industrialice y el campesino se convierta en obrero, el señor feudal dispare o entre en la diplomacia. Que los trabajos aumenten o disminuyan, que alguien reanude su gusto por la vida o se tire sobre el pavimento. Una guerra, y el agente de seguros se encuentra detrás de un lanzador de misiles, el vendedor de revistas en comando de un radar; la esposa vive sola, el niño crece sin conocer a su padre. La existencia del individuo y la historia de la sociedad no se comprenden sino juntas. 

Charles Wright Mills1



Terminados mis estudios, había cumplido mi vigésimo aniversario. Mi padre había perdido sus tierras. La hipoteca lo había devorado. ¿Qué sabe él si no ha tenido en la vida una buena institución de crédito para que yo permanezca toda la vida siendo campesino y conservador?
Pierre-Joseph Proudhon2


     Este estudio está dividido en tres partes. La primera responde a una de las demandas del director del trabajo, yo señalo algunas de las interrogantes que me han llevado a revisar a profundidad la perspectiva y el marco teórico en el cual sitúo mi trabajo sobre la vejez. Esta progresión es propia, me expreso entonces, en la primera persona de singular. Las dos partes siguientes están consagradas, una a reconstruir el surgimiento y el desarrollo de la perspectiva llamada “Trayectoria de vida”, y la otra a recapitular algunas definiciones y principios de análisis. La redacción en primera persona de plural es aquí obligada, pues estas páginas son el fruto de una colaboración de muchos años. En la conclusión señalamos algunas dificultades, debilidades y límites de éste paradigma en el estado actual de las cosas.


     Cuando, en 1973, pues heme aquí ahora, 30 años después, comencé a interesarme –un poco por azar, pero esa es otra historia- en la temática de la vejez y de las personas mayores, un cúmulo de documentos y de cuestiones se me han impuesto progresivamente.

     En primer lugar, evidentemente, la novedad del objeto “personas mayores” en las ciencias sociales (tempranamente Anne-Marie Guillemard había publicado “La jubilación, una muerte social”3, la primera obra de envergadura sobre el tema en lengua francesa. Un objeto del que éstas han estado lejos de anticipar la importancia, que se ha impuesto a ellas bajo el efecto de transformaciones demográficas de las sociedades post-industriales y de las inquietudes sociales y políticas que han suscitado, inquietudes que están lejos de ser apaciguadas hoy.  

     En segundo lugar, revisando la literatura existente, esencialmente anglófona incluso americana en la época, constato que las monografías sobre las personas mayores paralizan a este grupo humano en una edad sin historia, sin pasado: “los viejos”, “los mayores”.

     Cierto, desde el punto de vista de la biología y de la salud se les pide hacer frente ante el peso de los años, pues se les encuesta sobre la prevalescencia de cierto número de males, aunque desde el punto de vista sociocultural parecerían revelar otra especie humana, todo un hecho particular puesto que nacieron alrededor de los 60 años. He aquí que me asombraba tanto más que no hacía más que leer sobre el sujeto pero practiqué también “la inmersión” o cada mantenimiento con una persona de edad hecha surgir de los fragmentos de la historia de una vida.

     En tercer lugar, buscando situar el objeto “personas mayores” en una familia conceptual, pienso bastante evidentemente en nociones de clase o de grupo de edad –sí fundamentales para etnología que estudia las sociedades comunitarias pues ellas constituyen con frecuencia una de las dimensiones estructurantes de esas sociedades. Ahora bien, observé que no aparecían en la sociología, en todo caso europea, que en campos limitados, en particular en los dominios de la juventud y la educación. Más tarde, descubrí que la hipótesis según la cual los estratos de edad constituían una de las dimensiones estructurantes de sociedades avanzadas comenzó a ser considerada por algunos investigadores en América del Norte4.

     En cuarto lugar, también en mi campo de interrogación, constaté que la edad, indudablemente con el sexo, uno de los dos datos donde la dimensión biológica está en la ocasión constitutiva y diferenciatriz de las vidas humanas, no hay en sociología más estatus teórico que la clase de edad. He aquí que contrasté singularmente, el hecho con el plan empírico, aquellas prácticas de investigación, toda encuesta sobre una población, como todo sondeo de opinión, retiene (y retiene siempre) la edad entre sus variables llamadas “independientes” de base, pues como una variable que postula que ella produce la diferencia en una población. 

     ¿Pero eso, sobre la base de qué teoría explícita o implícita? He aquí que resta en lo no dicho y que me conduce entonces a interrogarme tanto sobre los presupuestos del modo de análisis empírico para la clase de edad dominante, dicho en otros términos, sobre el método de análisis –sobre sus modos de explicación que les serán implícitamente asociados –en otros términos, sobre la teoría subyacente al método de análisis.

     Considerando en quinto lugar, el método de análisis, observo que, salvo raras excepciones, se trabaja sobre datos transversales, (reunidos en un tiempo t junto a datos de una población que ha sido desocupada en clases de edad), datos que frecuentemente se expresan bajo la forma de una curva con la edad extendido sobre un eje y los resultados observados de las variables dependiente sobre la otra. La gráfica da un ejemplo de esta representación clásica ni concierne al eje de adeptos de deportes y de ejercicios físicos.
La concatenación contenida en el segundo enunciado convoca un “tercer ausente” que explica el vínculo causal “con el avance en edad, el organismo se debilita, la capacidad física disminuye”. El argumento es sostenido tanto por la autoridad médica5 como por la experiencia del sentido común. ¿Cómo ir contra tanta evidencia? Y en sociología, se ha venido, sin excepción, a asociar a la variable “edad” un modo de explicación no sociológico sino biológico y psico-físico limitando igualmente las facultades psíquicas e intelectuales y tan es así que las formas de conservadurismo que pretenden observar entre las personas mayores, su resistencia a la innovación, etc. Son explicadas como el efecto ineluctable de una esclerosis cerebral que se desarrolla a partir de cierta edad. Por lo tanto, cuando se habla de la edad, se especula sobre el humano universal.

Esta omnipresencia de un modo psico-biológico de interpretar entre los sociólogos desde que recurren a la edad, me asombraba demasiado que, desde los años 1970, para parafrasear al joven Karl Marx, “la crítica de la interpretación psico-biológica de las diferencias entre los sexos es por esencia ridícula”6  a propósito de una lectura de la construcción social de los géneros.

Pero ¿por qué el planteamiento aplicado al sexo no es una muestra de la edad? La fuerza de este ídola biologicista (Émile Durkheim) en la sociología empírica como el silencio a propósito de la sociología teórica me sorprende más aquí que no conviene evocar algún “politeísmo” de los modos de explicación (ver el texto de Guy Rocher en esta obra), a saber, según Max Weber, los conflictos irreductibles de las formas de aporías científicas. Está lejos de ser el caso, el modo de explicación psico-biológica se apoya sobre un tratamiento de los datos hoy desafiando mostrar su carácter falaz.
Examinemos eso: se dispone de datos transversales, pues prevalecen en un tiempo t sobre las personas de edad diferente. Cuando se pasa del primer al segundo enunciado, se hace como si hubieran seguido las mismas personas y observado su evolución en diversos puntos de su avance en edad. Para admitir que las diferentes observaciones entre grupos mayores prefigura esto que será ulteriormente aquel de los más jóvenes y éste corresponde al que fue, a su edad, a aquel de los más viejos. Así deconstruido, este postulado (llamado de “ahistoricidad”) podría a lo mejor constituir, en el campo social, una hipótesis en otro contexto suficientemente audaz: ¿qué es al filo de los decenios, resto estable en los comportamientos de edad en el seno de las sociedades portadoras de una dinámica de cambio? Que cierto tipo de lectura sea impuesta largo tiempo a los sociólogos conduce a demandar cómo se hace, cuándo se manipula la edad, eso se hace frecuentemente, y aparentemente de manera irreflexiva, los campeones de la “muerte de la historia” si me atrevo a llamarle así. Qué “buenas razones” para hablar como Raymond Boudon, es necesario investigar para explicar que nuestra corporación, a priori muy crítica faceta del psico-biologismo, ¿descarto así la historia y lo sociocultural  para introducir al lobo psico-biológico en el campo? Someto esta cuestión a la meditación del lector.

Para concluir este punto recordemos que la edad cronológica, que es la medida del tiempo pasado de la vida de un fenómeno dado. No es jamás más que un “indicador”, el mismo título de otras partes que el tiempo cronológico en sí7; el uno y el otro son vistos como todo principio explicativo8. que sea claro que no se actúa más que para excluir la hipótesis de una determinación biológica de los comportamientos; muy al contrario, la perspectiva que vaya a introducir preconiza la interdisciplinariedad de las ciencias sociales y de las ciencias de la vida. El argumento aquí es que la explicación de descartar la edad restante a elaborar y a demostrar caso por caso sin dejarse atrapar por una aparente evidencia. Recordemos dos ejemplos mencionados más arriba.

Es ampliamente demostrado que a partir de cierta edad la capacidad física disminuye, así como ciertas características mentales9. ¿Pero derivaremos necesariamente que el eje de actividades físicas disminuye o que el conservadurismo aumenta? Para el primer caso hemos podido verificar que a partir de los años 1950 la tasa de quincuagenarios adeptos de actividades deportivas y físicas aumentan de una cohorte a otra, y más en este eje permanecen elevados sin disminuir una vez que los miembros de esas cohortes hubieron superado la edad de la jubilación (65-75 años) con, sin embrago, un fuerte eje de desplazamiento entre esas dos edades y una tendencia a elegir prácticas físicas más suaves.
He aquí verificado la hipótesis de la difusión de un nuevo modelo de cuerpos y de prácticas físicas, desde la transición hasta la sociedad post-industrial10.

Por su parte, Nicholas L. Danigelis y Stephen J. Cutler, aprovechando una base de datos establece a partir de encuestas transversales repetidas periódicamente, analizando entre otros la evolución de comportamientos racistas en la población de los Estados Unidos entre 1962 y 198411. ellos tratan a los grupos de edad en cohortes y observan bien que el resultado del racismo es tanto más fuerte en los cohortes de ancianos, pero revelan así el declive general en todos los cohortes, de este resultado al filo de dos decenios, apoyando así la hipótesis según la cual en este periodo señalado por un “liberalismo” creciente de la cultura americana, éste se refleja en todos los cambios de actitud en todos los cohortes, no solamente entre los más recientes.  La distancia entre cohortes observada se explica entonces, no por un efecto de envejecimiento sino por un contexto de socialización de diversos cohortes.

Estos dos ejemplos, repitámoslo, no aspiran a sustituir la clave biológica de la edad por una sociológica, sino en mostrar todo el interés que hay en tratar la edad cronológica por lo que es, un indicador, no una explicación, y entonces colocar el problema de este que indica la edad por el conocimiento, sobre el plan tanto teórico como metodológico.

Concluyamos esta parte. Por supuesto que no he salvado este camino de un día para otro, y sin duda, se podría encontrar en mis primeros trabajos, en el ámbito cierto de divagaciones que denuncio aquí, mas es así como he caminado en compañía de otros, porque todo hecho cuenta, somos nombres, en Europa y en las Américas, a haber salvado y en parte trazado esta senda que va de una sociología de las personas mayores a una sociología de la edad y las edades, para tener éxito en esta perspectiva denominada de trayectoria de vida que aspira a saber y analizar la vida humana como una totalidad dinámica. Precisemos, para clarificar las cosas, el uso dado en este texto a la noción de paradigma, y señalemos de paso que parece ser el corazón del paradigma de trayectoria de vida.   



1 C.W. Mills, L’imagination sociologique (1959), Paris, Maspero, 1967.
2 P-J Proudhon, Nouveaux principles de philosophie practique (1858), citado por P. Bouvier, “Pierre-Joseph Proudhon, contingences et spéculations” con D. Mercure y J. Spurk (dir.), Le travail dans l’histoire de la pensée occidentale, Québec, PUL, 2003, P. 182.
3 A. M. Guillemard, La retraite, une mort sociale. Sociologie des conduites en situation de retraite, Paris, Mouton, 1972.
4 Pienso particularmente en los trabajos de M. W. Riley, M. Jonson y A. Forner (dir.), Aging and society: a Sociology of Age Stratification, New York, Sage, 1972, vol. 3.
5 H. Kirk, “Facing the Historical Rest-in-Old-Age Paradigm” en G. Huber (dir.) Fourth International congress: Healthy Aging, Activity and Sports, Hamburg, Health Promotion Publications, 1997, p. 63-65.
6 “En Alemania, la crítica de la religión es por esencia ridícula y es el presupuesto de toda crítica”. K. Marx, Critique de la philosophie hégelienne du droit (1844) edición de K. Marx y F. Engels, Oeuvres, Berlin, 1958, t, l, p. 378.
7 Ver I. Prigione y Pahaut, “Redécouvrir le temps”, en M. Baudson (dir.), Regards sur la quatrième dimension, Genève, Musée Rath, 1984, p. 23-24.
8 A menos que se convoque el principio astrológico, como lo sugiere W. T. O’Donohue, en “Is Gerontology a Branch of Astrology? The Role of Advanced Age in Scientific Explanation”, New Ideas in Psychology, vol. 10, no. 3, 1992, p. 321-329. Sobre la forma de un silogismo aplicado a la gerontología y para las necesidades de la causa, yo generalizo en la unidad de las ciencias socailes: 1) La astrología es un modo de explicación que hace depender el comportamiento humano del movimiento de los cuerpos celestes; 2) en ciencias sociales, la edad es uno de los principales factores explicativos del comportamiento humano; 3) la edad cronológica es convencionalmente establecida recurriendo al movimiento de ciertos cuerpos celestes; 4) por lo tanto, las ciencias sociales recurren al movimiento de cuerpos celestes para explicar el comportamiento humano; 5) por consecuencia, las ciencias sociales son una rama de la astrología...
9 Por ejemplo, la inteligencia fluida mencionada. Ver P. B. Valtes, u. Lindenberg y U. M. Staudinger, “Life-Span” Theory of Developmental Psychology”, en R. M. Lerner (dir.), Handbook of Chil Psychology: Theoretical Models of Human Development, Nex York, Wiley and Sons, vol. 1, 1998, p. 1029-1143.
10 C. Lalive d’Épinay, C. Maystre y J. F. Bickel, “Aging and Cohort Changes in Sports and Physical Trianing From the Golden Decades Onward: a Cohort Study in Switzerland”, Society and Leisure, vol. 24, no. 2, 2001, p. 453-481.
11 N. L. Danigelis y S. J Cutler, “A Inter.-Cohort Comparison of changes in Racial Attitudes”, Research on Aging, vol. No. 3, 1991, p. 383-404.

martes, 28 de agosto de 2012

Meditatio mortis: filosofías de la finitud

     La muerte es el mayor enigma de la humanidad. Nadie que haya muerto ha podido comunicar su experiencia de morir, como decimos coloquialmente: “nadie ha vuelto del más allá” para respondernos la pregunta ¿qué es la muerte? Para Sócrates, la filosofía fue una propedéutica de la muerte. Un curso intensivo para preparase a morir, eso sí, reflexionando sobre la naturaleza de la mortandad humana. Erwin Rohde nos enseñó en su libro Psique la idea del alma y la inmortalidad entre los griegos que la idea de la muerte era considerada por los antiguos griegos como un hecho natural,  ellos no temían a la muerte como nosotros le tememos porque, según uno de sus doctos proverbios: “El sueño y la muerte son hermanos” (Ό ύππνος καί ό θάνατος αδελφός εστίν). El morir era un dormir para los helenos. No un soñar, en griego la palabra “hypnos” significa la acción de dormir, de tener sueño; mientras que “óneiros” es la acción de producir imágenes mientras se duerme, es decir, el soñar. En español tenemos una sola palabra para estas dos acepciones. ¿Por qué temer la somnolencia que produce el sueño si dormir es tan placentero? ¿Por qué temer a la muerte? Así como los griegos se entregaban al sueño, se entregaban a la muerte. Eran hedonistas en todas las circunstancias de su vida, y de su muerte, por añadidura, por coherencia. Eran estetas.

     Epicuro fue en muchos sentidos deliberadamente antiplatónico, para Platón la muerte no constituía problema alguno porque creía en la inmortalidad del alma, en la metempsicosis. Platón nos legó una obra mitad filosófica mitad teológica, para María Zambrano, incluso mística. Pero en la época de Epicuro, conocida como la edad helenística, el escepticismo era la norma, la Hélade había sucumbido ante los romanos,  y todas las escuelas post-aristotélicas vivían en un mundo desencantado. La postura de Epicuro ante la muerte (expresada en la Carta a Meneceo) es la siguiente: “El peor de los males, la muerte, no significa nada para nosotros, porque cuando vivimos no existe y cuando está presente nosotros no existimos”. Es decir, el muerto no sabe que murió, nunca lo han sabido y nunca lo sabrán, al menos no post mortem. No encontramos una preocupación por un más allá como en Platón, quien influyó hondamente en el cristianismo, sino una filosofía desenfadada, concentrada en el presente, en el hic et nunc. En la negación de la importancia de la muerte, y de la intrascendencia de la filosofía como meditatio mortis, filosofa a favor de la vida. El epicureismo contribuyó con una filosofía del consuelo y la resignación ante lo inevitable, ante nuestra mayor enemiga, quien aboga por nuestra destrucción. Epicuro no pretendía ser eterno como sí lo pretendió el poeta romano Horacio en su poema Non omnis moriar (no moriré del todo).

     Muchos, pero muchos siglos después, un filósofo sefardita llamado Baruch Spinoza retomará esta filosofía postclásica en su Ética (Proposición LXVII) para aseverar “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida.(Homo liber de nulla re minus, quam de morte cogitat, & ejus sapientia non mortis, sed vitæ meditatio est.) ¿Meditatio vitae? Aparentemente Spinoza niega la relevancia del filosofar la muerte, pero al hacerlo la está tomando como objeto de su indagación filosófica. De otra manera resultaría absurda la conclusión de sus premisas, que los filósofos de la muerte son esclavos ignorantes por cavilar sobre la finitud humana. Nadie más experimenta por uno mismo, parece que Spinoza, el gran moralista, nos quiere decir: yo ya desperdicié muchos años elucubrando sobre la muerte y perdí tiempo valioso que no recuperaré jamás, no cometan mi error y enfóquense a pensar en los prodigios de la vida porque es muy breve, y de cualquier manera, la muerte es ineludible, cuando hayamos muerto sabremos qué es. Encuentro también una reminiscencia de su formación judaica en su célebre postura, es análogo lo escrito en el libro de Qohélet (mejor conocido como El Eclesiastés): “Hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir”. Lo curioso de la coincidencia es que el Qohélet fue escrito bajo la influencia del helenismo por judíos de la diáspora alejandrina. Dando un salto cuántico, la filosofía mortuoria del siglo XX  se desarrolló en una dirección antagónica a las que he comentado.

     La filosofía de la finitud fue declaradamente nihilista, alcanzando su culmen con la Weltangschauung del “Ser para la muerte” concebida por Heidegger. Para el filósofo alemán, el ser humano está listo para morir desde el momento de su nacimiento, y las respuestas ante las interrogantes eternas: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es su finalidad en esta vida? han sido resueltas de la manera más pesimista posible. La muerte ha sido interpretada como un hecho intrínseco, connatural al hombre, no como algo que nos llega del exterior amenazante, sino como parte de la vida misma. También aquí el influjo heleno es evidente, pero a diferencia de los antiguos, Heidegger y los filósofos existencialistas del siglo XX han hecho de la muerte su prioridad meditabunda, su metafísica. La conclusión a la que llega un tratado como Ser y tiempo es que después de la vida nos espera la nada. Los enfoques ateístas, escépticos y agnósticos estuvieron en boga durante la pasada centuria y siguen vigentes.

     Desde la teología, y como contrapunto, también son los pensadores del orbe germánico quienes han hecho aportaciones destacadas. Hans Küng es un filósofo de lo divino y un historiador de las religiones más que un teólogo católico irreverente, como él mismo lo proclama. Con una rica formación histórica, literaria, filosófica y científica, su libro ¿Vida eterna? es la tentativa por responder qué es la muerte, más que eso, su pregunta es: ¿La muerte es el final de la vida? Parte de estudios científicos sobre personas que han estado clínicamente muertas y han regresado a la vida, sobre sus experiencias. Pero en ningún momento catequiza ni impone dogma alguno, haciendo gala de su cultura universal, cuestiona radicalmente las respuestas filosóficas sobre la mortalidad del alma, asumiendo racionalmente una postura agnóstica: “No podemos conocer este fenómeno, ergo, no podemos afirmar ni negar que la vida termina con la muerte”. Por eso es un heterodoxo. En otro de sus libros, Morir con dignidad, traslada la meditatio mortis de la metafísica a la ética. Los enfermos terminales son privilegiados en el sentido que tienen tiempo para preparar su muerte, para despedirse de sus seres queridos. Para Epicuro, el mayor consuelo estribaba en que el fallecido jamás sabía nada sobre su deceso, pues los muertos no tienen conciencia, pero los moribundos sí. Los enfermos terminales se han convertido en especialidad de los tanatólogos y de los psicólogos. El arte de bien morir ha vuelto a la palestra, como en la época de Sócrates, pues los moribundos no son sino condenados a muerte. Todos lo somos, según la filosofía heideggeriana, pero como glosa  la sabiduría funeraria mexicana: “no se murió, nomás se nos adelantó”.

      Me gusta jugar con las palabras y pensar que un moribundo es un errabundo del cosmos, un trotamundos de la vida, un viajero, y por ende, una persona a punto de ser absolutamente libre. Las filosofías de la muerte que se han escrito en los últimos dos mil años nos han enseñado a dimensionar y justipreciar nuestra finitud y a valorar la vida como un tesoro, que tarde o temprano abandonaremos, pero debido a su mortalidad, mucho más valioso. Me quedo, sin embargo, no con la filosofía expresada en un tratado, sino con un poema de nuestra heredad hispánica titulado Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, cuyas inmortales palabras cantan desgarradoramente la elegía de la muerte: “Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar que es el morir…” 






lunes, 27 de agosto de 2012

Una "Historia de León" en dos tomos

     Uno de los acontecimientos más afortunados del año 2011 para nuestra ciudad fue la publicación del libro LEÓN CINCO SIGLOS… Contra viento y marea, editado por Grupo Milenio y coordinado por el historiador Mariano González Leal. El libro está dividido en dos tomos, el primero versa sobre historia general y el segundo sobre estudios monográficos. Es una labor editorial e historiográfica loable porque reúne las voces de diversos historiadores y estudiosos de la cultura e historia leonesa procedentes de las más abigarradas disciplinas. Colaboran en el proyecto: el cronista de la cuidad Carlos Arturo Navarro Valtierra, la etnóloga María de la Cruz Labarthe (autora de León entre dos inundaciones), post mortem don Wigberto Jiménez Moreno, el escritor Juancarlos Porras (en su faceta de historiador de las artes); entre muchos otros, todos muy valiosos en sus aportaciones. Llama inmediatamente la atención el título del libro “León cinco siglos”, es verdad que suena más impactante cinco siglos que cuatro, pero en realidad León tiene 436 años de haber sido fundado.

Es muy destacable el que se hayan vuelto a publicar los ya clásicos textos de don Wigberto: Historia antigua de León y Colonización y evangelización de Guanajuato en el siglo XVI, coincido con González Leal en que esos estudios no han sido igualados ni superados. A pesar de que fueron publicados por vez primera en 1933 y 1944 respectivamente, no han perdido su vigencia para el lector de hoy. Y es precisamente el primer siglo de nuestra historia el menos conocido, el menos explorado por nuestros historiadores, a pesar que nuestro Archivo Histórico Municipal cuenta con documentos que datan de 1580, uno de los más antiguos y opulentos del país. Los períodos mejor conocidos por todos son los siglos XIX y XX, especialmente la independencia y la revolución. El estudio de los primeros siglos, el del virreinato (mal llamado “colonia” por ser un término despectivo de cuño anglosajón, como bien argumenta el coordinador de la obra), fue emprendido por don Mariano, erudito en los siglos XVI-XVIII. Imposible no citar estas palabras del autor de León trayectoria y destino: “León avizoraba su destino histórico en el sacrificio: la muerte de su primer párroco no puede dejar de evocar la de San Sebastián, en cuya onomástica, 20 de enero, se fundara la villa. San Sebastián había sido sacrificado también, en la Roma pagana, por los infieles.” Me agrada mucho cómo dimensiona y posiciona González Leal la historia leonesa en la historia universal. En tan sólo esas conmovedoras palabras está contenido el sentido trágico y sublime de nuestros orígenes (greco-romanos), de nuestro provincianismo, que únicamente es geográfico, nunca intelectual, fuimos la ciudad del refugio y segunda del país durante el siglo XIX. Gracias a nuestros abuelos españoles que transplantaron España en América, hoy somos lo que somos.

El conocimiento sobre la historia de León, desde todos sus enfoques (político, económico, social, artístico, arquitectónico, religioso, filosófico, intelectual, climático, etc.) se profundiza después de leer las travesías y avatares que nuestros antepasados superaron contra viento y marea durante estos cuatro siglos. Hay hechos muy memorables, como la célebre visita del emperador Maximiliano a León, que comparó con Nápoles y a las leonesas con sevillanas por su peculiar belleza abajeña. Esta es una brevísima reseña, una nota al pie de página. Hay que leer LEÓN CINCO SIGLOS… Contra viento y marea, es una de las historias de León más completas que se han publicado.