domingo, 5 de febrero de 2012

El eclipse de Augusto Monterroso

Este año los mayas están de moda, los mayas muertos, no los vivos que subsisten agazapados en la pobreza, como ya Samuel Ramos lamentaba en El perfil del hombre y la cultura en México, los mexicanos rendimos culto al indígena histórico, pero desdeñamos al vivo. Existen honrosas excepciones, desde luego, pero poco ha cambiado esta actitud desde que fue publicado su libro en 1934. No puedo desaprovechar la oportunidad para compartir un cuento sobre los mayas que siempre me ha gustado mucho. El cuento fue escrito por un hispanoamericano y narra el choque entre dos mundos (cultural, intelectual, físico), me parece interesante porque narra la visión de los vencedores que se han identificado con los vencidos, la escritura de cuentos es una forma de reivindicación de acciones pretéritas malogradas, es una forma de hacer justicia histórica. Los vencedores son los que tienen al español como lengua materna, mejor dicho, los descendientes de los vencedores, léase conquistadores. Lo cual no quiere decir que estemos de acuerdo o que simpaticemos siquiera con las atrocidades cometidas en el pasado por los españoles en tierras americanas, por ejemplo las tristemente célebres quemas de códices mayas, actos barbáricos que en pleno siglo XXI en países “civilizados” siguen ocurriendo. El cuento se titula El eclipse, del guatemalteco Augusto Monterroso. Intentaré una síntesis. Fray Bartolomé Arrazola, predicador de la fe cristiana en la selva de Guatemala, es prisionero de los mayas y será sacrificado, con la soberbia que caracterizaba a los misioneros que se creían superiores en todo a los mesoamericanos, sobre todo en materia astronómica, el fraile, que hablaba maya, urdió un ardid para salvarse, los amenazó diciéndoles: “Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura”. El fraile se sorprendió de observar incredulidad en los ojos de sus verdugos, vale la pena citar el final: “Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.” Me parece un cuento magistral en esa brevedad tan característica de la prosa de Monterroso, breve pero sesuda. La historia me parece divertida porque si en algo fueron sabios los mayos fue en astronomía, en la predicción exacta de eclipses en un periodo milenario, y un escolástico que no tenía más conocimiento de la mecánica celeste que la física aristotélica-ptolemaica aprendida dogmáticamente en un libro y nunca en la observación directa o con cálculos matemáticos, no podía enseñarles astronomía a los mayas. El sistema ptolemaico permitía hacer predicciones sencillas, de eclipses por ejemplo, pero generalmente erróneas. A Monterroso le hubiera entusiasmado saber que los glifos mayas fueron finalmente descifrados y su civilización forma parte ya no de la especulación arqueológica sino de la historia, con pleno derecho, pues el requisito sine qua non para ser considerado parte de la historia es la escritura. ¿Encuentro de dos mundos o choque de civilizaciones, según el término acuñado por León Portilla antes que Huntington lo empleara? Creo que los mayas han vivido muchos 2012, 1521 fue uno de esos años, los mayas clásicos habían abandonad sus suntuosas ciudades, pero vivían en la selva, donde fueron diezmados por los conquistadores españoles, y sus documentos históricos quemados en la hoguera de los emisarios de la inquisición. Es lícito que la literatura trate  asuntos extra estéticos, las implicaciones de El eclipse son prolíficas, dos cosmovisiones se encuentran con violencia, ergo, la intolerancia impera y a sangre y fuego se impuso una de las dos civilizaciones. Cada una tenía sus tesoros intelectuales y espirituales, pero una fue más fuerte y se impuso con el argumento de las armas. El cuento nos muestra la simpatía que sentimos los hispanoamericanos hacia los vencidos (sobre todo los intelectuales), de quienes nos consideramos herederos aunque no lo seamos, quienes hablamos español somos los tataranietos de los conquistadores, pero también de los frailes y de los humanistas que legislaron y abogaron a favor de los indígenas, en contra de sus crueles compatriotas. Monterroso se imaginó una situación muy verosímil, que pudo haber ocurrido centenares de veces en aquellos durísimos años, lo rescatable de todo es la belleza del estilo literario que posee nuestra lengua, la capacidad afinadísima para el sarcasmo (como en la frase final del cuento “sin la valiosa ayuda de Aristóteles”) y la autocrítica histórica. Creo como Carlos Fuentes en El espejo enterrado, en la reconciliación de los dos mundos, hay mucho qué aprender sobre los mayas y sobre la prosa de Monterroso, autor de Obras completas y otros cuentos.