sábado, 15 de septiembre de 2012

Identidad mexicana y literatura nacional


 

“Esta idea falsa del trauma de la Conquista empieza a cobrar carta de naturaleza a partir de la Independencia. No hay tal trauma de la Conquista”.

 Jaime Labastida, Director de la Academia Mexicana de la Lengua.

 

     México no existía antes de 1821, al menos como entidad política, el nombre oficial del  país era Virreinato de la Nueva España. Incluso durante el periodo de la guerra de independencia (1810-1821), no se decidía aún el nombre oficial de nuestro país: Estados Unidos Mexicanos. Nuestro gentilicio correcto debería ser “estadomexiquense”, como se forma “estadounidense”, pero suena horrible. Otra cosa es “hispanounidense” cuyo gentilito han comenzado a adoptar los hispanos nacidos en los Estados Unidos. Tal vez por razones de eufonía preferimos el vocablo “México” y el gentilito de “mexicanos” (así con “x”, fuera de nuestro país lo escriben con “j”, pero es correctísima la “x”. Tiene su historia la equis en la frente. En latín no existía la letra jota (ni en el español del siglo XVI), en la lengua de Roma se escribía la ciencia de la época, los descubrimientos que los conquistadores atestiguaron, como el nombre del gran imperio azteca, lo dejaron registrado en latín. A los españoles “Méshico” les sonaba “Méjico”, con “j” y no con “sh”. En estos casos, los escribanos echaban mano de un medieval artilugio: una letra griega, la χ (ji), es maravilloso que el nombre de nuestra nación haya heredado una grafía griega, pues no se trata de una equis latina o castellana, sino de una ji, que en griego suena jota, como en χάιρε (gracias). Cada vez que un extranjero nos diga que no lo pronunciamos como se escribe, habremos de contarles esta bella historia lingüística. Todavía en 1605 cuando se publicó la primera edición del Quijote, se imprimió como “Quixote”, y no debe pronunciarse Quiksote sino Quijote.

 

     El origen de la palabra México lo encontramos en la voz náhuatl “mexico” (se pronuncia Méshico), gentilito de los aztecas o mexicas. La capital del imperio azteca se llamaba Meshico-Tenochtitlan, conquistada por las huestes de Cortés en 1521. A los nacidos en el suelo mesoamericano que fue dominado por el imperio azteca, ya en el siglo XVI comenzó a llamárseles mexicas o mexicanos por los españoles. La palabra “mexicano” se aplicaba exclusivamente al pueblo náhuatl, pero posteriormente se les fue denominando de igual manera a los nacidos en territorio nacional, aunque fueran hijos de españoles, es decir, criollos y mestizos. En 1810 la voluntad de los novohispanos fue abjurar del imperio español, elegir el republicanismo en detrimento de la monarquía, los americanos somos desde entonces republicanos, hijos de las luces; todavía no nos considerábamos mexicanos porque México no existía como entidad política, sino como una prometedora ideología que habían esbozado algunos sabios como Sigüenza y Góngora durante el Virreinato, pero sobretodo los jesuitas en el exilio italiano (Francisco Xavier Clavigero publicó la Storia Antica del Messico en 1780, el gran García Icazbalceta dijo de él: “Es el más popular de nuestros escritores y el más digno de serlo”.), y otros intelectuales del siglo XVIII. Pero los insurgentes fueron precisamente los criollos inconformes con el gobierno peninsular que les negaba el derecho de gobernarse a sí mismos, por el simple hecho de ser españoles americanos. Se consumó la independencia en 1821, pero no nos independizamos de la lengua española ni de la cultura ibérica (¡Ni lo mande Dios!), por ende, tampoco de la literatura en lengua castellana.

 

Una lengua es una cultura, una cosmovisión (Weltangschauung dicen los alemanes). La literatura mexicana es una prolongación de la española (todas las literaturas nacionales de Hispanoamérica lo son), pero con rasgos propios, con un carácter y unas tesituras propias que forjaron la historia de dos siglos como nación independiente. Una definición más precisa podría ser: la literatura mexicana es la producida en lengua española en México y/o por escritores mexicanos. La literatura y la política siempre han sido interdependientes, pero son entidades separadas. La política nos separó para siempre de España, pero por la literatura estaremos unidos siempre a una patria supranacional: la lengua española, heredad de todos los pueblos hispanohablantes. La identidad mexicana, así como el nacionalismo, se han ido construyendo en el imaginario colectivo, México es una creación más que de políticos, de poetas, de intelectuales y de artistas. Estos últimos han creado un México idílico con sus poemas, sus investigaciones y sus obras de arte; un México profundo (diría Guillermo Bonfil Batalla), han legitimado con sus creaciones verbales un orden jurídico, una sensibilidad colectiva, un modus vivendi: la ideología del Estado mexicano.

 

 

 

        

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

domingo, 9 de septiembre de 2012

El español y las lenguas extranjeras


      Una de las grandes dificultades a que se enfrentan los profesores de idiomas es que los hispanohablantes desconocen la estructura gramatical de su lengua materna. Si van a estudiar alemán, como lo he testificado, y no saben que el alemán es una lengua flexiva, que funciona con declinaciones como el latín, donde cada palabra tiene una terminación distinta dependiendo del caso, número y género en que se encuentre dentro de la oración, el profesor tendrá primero que enseñarles gramática española, antes de proseguir con el alemán. No es que no conozcan su idioma, sino que desconocen la morfología y la sintaxis, las conjugaciones, en síntesis, la gramática española; esto aunado a una pobreza léxica impresionante entre los jóvenes de hoy.

     Todos los idiomas son fascinantes, en el caso del español, por ser mi lengua materna le tengo una intensa veneración, un auténtico amor. El inglés también es una lengua muy rica (tanto como las romances, las semíticas y las eslavas), pero desde la perspectiva lingüística no hay lenguas mejores o peores. Escribió el sociólogo español Manuel Castells en su libro La era de la información que el inglés es el latín de nuestra época, frase que escandalizó a todo el orbe hispanohablante, pero tiene razón, en el sentido de que es la lengua imperial, The World Language, por pragmatismo hay que saberla, pero también por cultura. Parafraseando a Álex Grijelmo, el español es la suma de todo su pasado y de todos sus hablantes en toda su dilatada geografía, espacial y temporalmente somos casi infinitos. Esto significa que somos herederos de un lengua opulenta, magnificente y rebosante de plenitud. Los lingüistas aseveran que el léxico hispánico (cuando uso esta palabra me refiero tanto a los peninsulares como a los hispanoamericanos) rebasa la cifra de 100, 000 vocablos. Pero estos estudios no han tomado en cuenta las variantes dialectales, es decir, los regionalismos de toda la América hispana, yo estoy convencido que la cantidad es mucho mayor, mas lo trascendente es la calidad; la Real Academia Española está reescribiendo el Nuevo diccionario histórico del español, con la finalidad de combatir esa ambigüedad.
     No existe un español correcto y otro incorrecto, el concepto de corrección lingüística es una creación de la ciencia del lenguaje. Hay bastante relatividad en el habla coloquial para saber con precisión científica quién habla bien y quien habla mal. El prestigio de una determinada manera de hablar obedece al concepto de “prestigio lingüístico” y ha variado según la norma, la lengua, la época, el estrato social, etc. Hay un libro muy recomendable del lingüista Luis Fernando Lara, Lengua histórica y normatividad (El Colegio de México) que da luces sobre esta inagotable cuestión.
     La lectura dotará a los jóvenes de un arsenal léxico que esculpirá su manera de hablar, guiándolos quizás hacia la ortodoxia de un español cultérrimo; principalmente la lectura de nuestros clásicos: Quevedo, Gracián, Lope, Mexía, Góngora, Cervantes, Calderón; pues son paradigma de elegancia y arquitectónica sintaxis, de pulcritud y belleza. No es posible que teniendo toneladas de oro como herencia nos conformemos con piedritas. Me refiero a que los jóvenes ya no usan adjetivos, adverbios, e incluso va en declive el uso de sustantivos, porque todas estas palabras las han suplido por el “güeyismo”. El español, por ser la lengua que me enseñó mi madre, es la que más me fascina. Pero no es la única razón, me tienen hechizado la historia del español, su literatura, su cultura y su esplendor.