“Esta idea falsa del
trauma de la Conquista
empieza a cobrar carta de naturaleza a partir de la Independencia. No
hay tal trauma de la
Conquista ”.
Jaime Labastida, Director de la Academia Mexicana
de la Lengua.
México no existía antes de 1821, al menos
como entidad política, el nombre oficial del
país era Virreinato de la Nueva
España. Incluso durante el periodo de la guerra de
independencia (1810-1821), no se decidía aún el nombre oficial de nuestro país:
Estados Unidos Mexicanos. Nuestro gentilicio correcto debería ser
“estadomexiquense”, como se forma “estadounidense”, pero suena horrible. Otra
cosa es “hispanounidense” cuyo gentilito han comenzado a adoptar los hispanos
nacidos en los Estados Unidos. Tal vez por razones de eufonía preferimos el
vocablo “México” y el gentilito de “mexicanos” (así con “x”, fuera de nuestro
país lo escriben con “j”, pero es correctísima la “x”. Tiene su historia la
equis en la frente. En latín no existía la letra jota (ni en el español del
siglo XVI), en la lengua de Roma se escribía la ciencia de la época, los
descubrimientos que los conquistadores atestiguaron, como el nombre del gran
imperio azteca, lo dejaron registrado en latín. A los españoles “Méshico” les
sonaba “Méjico”, con “j” y no con “sh”. En estos casos, los escribanos echaban
mano de un medieval artilugio: una letra griega, la χ (ji), es maravilloso que
el nombre de nuestra nación haya heredado una grafía griega, pues no se trata
de una equis latina o castellana, sino de una ji, que en griego suena jota,
como en χάιρε (gracias). Cada vez que un extranjero nos diga que no lo
pronunciamos como se escribe, habremos de contarles esta bella historia
lingüística. Todavía en 1605 cuando se publicó la primera edición del Quijote,
se imprimió como “Quixote”, y no debe pronunciarse Quiksote sino Quijote.
El origen de la palabra México lo encontramos
en la voz náhuatl “mexico” (se pronuncia Méshico), gentilito de los aztecas o
mexicas. La capital del imperio azteca se llamaba Meshico-Tenochtitlan,
conquistada por las huestes de Cortés en 1521. A los nacidos en el suelo
mesoamericano que fue dominado por el imperio azteca, ya en el siglo XVI
comenzó a llamárseles mexicas o mexicanos por los españoles. La palabra
“mexicano” se aplicaba exclusivamente al pueblo náhuatl, pero posteriormente se
les fue denominando de igual manera a los nacidos en territorio nacional,
aunque fueran hijos de españoles, es decir, criollos y mestizos. En 1810 la
voluntad de los novohispanos fue abjurar del imperio español, elegir el
republicanismo en detrimento de la monarquía, los americanos somos desde
entonces republicanos, hijos de las luces; todavía no nos considerábamos
mexicanos porque México no existía como entidad política, sino como una
prometedora ideología que habían esbozado algunos sabios como Sigüenza y
Góngora durante el Virreinato, pero sobretodo los jesuitas en el exilio
italiano (Francisco Xavier Clavigero publicó la Storia Antica del Messico en
1780, el gran García Icazbalceta dijo de él: “Es el más popular de nuestros escritores
y el más digno de serlo”.), y otros intelectuales del siglo XVIII. Pero los
insurgentes fueron precisamente los criollos inconformes con el gobierno
peninsular que les negaba el derecho de gobernarse a sí mismos, por el simple
hecho de ser españoles americanos. Se consumó la independencia en 1821, pero no
nos independizamos de la lengua española ni de la cultura ibérica (¡Ni lo mande
Dios!), por ende, tampoco de la literatura en lengua castellana.
Una
lengua es una cultura, una cosmovisión (Weltangschauung dicen los alemanes). La
literatura mexicana es una prolongación de la española (todas las literaturas
nacionales de Hispanoamérica lo son), pero con rasgos propios, con un carácter
y unas tesituras propias que forjaron la historia de dos siglos como nación
independiente. Una definición más precisa podría ser: la literatura mexicana es
la producida en lengua española en México y/o por escritores mexicanos. La
literatura y la política siempre han sido interdependientes, pero son entidades
separadas. La política nos separó para siempre de España, pero por la
literatura estaremos unidos siempre a una patria supranacional: la lengua
española, heredad de todos los pueblos hispanohablantes. La identidad mexicana,
así como el nacionalismo, se han ido construyendo en el imaginario colectivo,
México es una creación más que de políticos, de poetas, de intelectuales y de
artistas. Estos últimos han creado un México idílico con sus poemas, sus
investigaciones y sus obras de arte; un México profundo (diría Guillermo Bonfil
Batalla), han legitimado con sus creaciones verbales un orden jurídico, una
sensibilidad colectiva, un modus vivendi: la ideología del Estado mexicano.