sábado, 19 de noviembre de 2011

Recuerdos del Coloquio Cervantino

Esta semana fue inaugurado en la ciudad de Guanajuato el XXII Coloquio Cervantino, no puedo dejar de evocar el Coloquio del año 2007, el cual fue muy significativo para mí. Asistí al Teatro Juárez con grandes expectativas a la inauguración (fui acompañado por dos amigos entrañables) pues daría un discurso el Premio Cervantes 2006, el poeta español don Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931). Debo confesar que antes de serle otorgado el máximo galardón de las letras hispánicas, nuestro Nobel, desconocía la obra del vate castellano. Comencé a leerlo en sincronía con la mayoría del mundo hispánico, pues fuera de España no era muy conocido, es decir, leído. En su patria fue el segundo en recibir el Premio Castilla y León de las Letras en 1985, después de haber sido galardonado Miguel Delibes. Aquella mañana escuché a un hombre lúcido, inteligente, juguetón con el lenguaje; disertando sobre la poesía, sobre Cervantes y sobre Eulalio Ferrer; a quien se le rendía un homenaje. Hablaba pausadamente, casi en voz baja, sin prisas, con una dicción muy nítida. Cuando concluyó la sesión en el Teatro, nos dirigimos al Museo Iconográfico del Quijote al brindis en honor de Eulalio Ferrer, y como invitado de honor estaba don Antonio, acompañado por su señora esposa. Fue en esos momentos, mientras el gran poeta estaba increíblemente solo, apoyado sobre su bastón, cuando lo abordamos mis amigos y yo. Los saludamos y le dijimos “Sea usted bienvenido, maestro, a la Nueva España, nosotros también somos leoneses como usted, pero del León americano”. Gamoneda se sorprendió de escuchar eso y con una sonrisa en los labios nos dijo “acabo de enterarme por la mañana que hay un León mexicano, qué maravilla”. Le preguntamos ¿Cómo se ha sentido estos días en México, es la primera vez que visita nuestro país? Sí –nos respondió- es la primera vez y aquí en México me siento como en España, en especial en Guanajuato, es una ciudad típicamente medieval en su trazo arquitectónico, voy comprobando que vuestra lengua es mi lengua y viceversa, compartimos la misma cultura, los mimos valores, vosotros sois España también”. Le comentamos que nos entusiasmaba mucho su poesía, y le recitamos algunos de sus versos, se quedó azorado pero muy complacido, nos felicitó por ser lectores de poesía. En ningún momento la soberbia o la vanidad se asomaron a sus ojos o a sus palabras. Gamoneda es un sabio. Los grandes escritores generalmente son pedantes e inaccesibles, son excelentes poetas y pésimos seres humanos, eso es lo que mi experiencia me ha enseñado. Gamoneda es la afortunada excepción, por su humildad, su calidez, es un anciano afable y erudito de la poesía hispánica, además de buen ensayista (es destacable su ensayo sobre otro leonés famoso: fray Bernardino de Sahagún). Nos despedimos después de presenciar el emotivo momento donde don Eulalio Ferrer (que en paz descanse) rompió en llanto al dar su discurso de agradecimiento por los 20 años del Museo Iconográfico. Nos dijo “hasta luego amigos, espero que os vuelva a ver”. Mis amigos estuvieron con él en la FIL Guadalajara el año pasado, yo no he tenido otra vez esa fortuna, pero lo veo cuando quiero en los documentales subidos a youtube o eventualmente en la televisión española. Guardo ese breve encuentro y sus palabras en mi memoria como un grato recuerdo. El poema Caigo sobre unas manos del libro Edad (Poesía 1947-1986) (Cátedra, 1987) es uno de mis favoritos. Imposible no reproducirlo completo para que el lector lo deguste: “Cuando no sabía/ aún que yo vivía en unas manos,/ ellas pasaban sobre mi rostro y mi corazón./ Yo sentía que la noche era dulce/ como una leche silenciosa. Y grande./ Mucho más grande que mi vida./ Madre/ eran tus manos y la noche juntas./ Por eso aquella oscuridad me amaba./ No lo recuerdo pero está conmigo./ Donde yo existo más, en lo olvidado,/ están las manos y la noche./ A veces,/ cuando mi cabeza cuelga sobre la tierra/ y ya no puedo más y está vacío/ el mundo, alguna vez, sube el olvido/ aún al corazón./ Y me arrodillo/ a respirar sobre tus manos./ Bajo/ y tú escondes mi rostro; y soy pequeño;/ y tus manos son grandes; y la noche/ viene otra vez, viene otra vez./ Descanso/ de ser hombre, descanso de ser hombre.” Así es la poesía de Gamoneda: emotiva, meditabunda, existencialista. Uno quisiera escribir de esa forma, con esa profundidad, con esa pulcritud, con ese dominio del lenguaje, de la imagen y de la musicalidad, pues nuestra lengua es “como una leche silenciosa”, la poesía de Gamoneda también, digno heredero de la lengua de Nebrija y de Góngora. Le tengo un cariño especial a Castilla la Vieja, (desde 1983 transformada en Comunidad Autonómica de Castilla y León) por haber sido la cuna de nuestro idioma. Y los castellanos, leoneses y asturianos hablan muy similar a nosotros (me refiero al acento), mejor dicho, nosotros hablamos como a ellos, Cádiz no se parece a Campeche sino viceversa, no sólo los andaluces poblaron América, esto es evidente cuando escuchamos a nuestros hermanos del norte de la península. La lírica hispánica desde Gonzalo de Berceo hasta Antonio Gamoneda posee una continuidad que los siglos pretéritos  no han podido disolver.