En el
ámbito de la lengua española Rafael Alberti escribió un poemario precursor
sobre los ángeles en la década de los 20’s. Homero Aridjis con su Tiempo de ángeles (FCE, 1994)
concluye la literatura angélica del siglo XX mexicano de manera suprema. Está
escrito en Agesilaus Santander
(un texto de Walter Benjamín, quien compró el cuadro Angelus Novus al pintor
Paul Klee y escribió sobre él: “El ángel de la
Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el
pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él
ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las
arroja a sus pies”.) que el propósito de la existencia de millones de ángeles es nacer y vivir <un
instante> para cantar ante el trono celestial la gloria eterna del creador y
después morir. Vaya tragedia para esos míticos seres que los cabalistas de
todos los tiempos no han dejado de estudiar sistemáticamente y con profunda
erudición en la ciencia que ellos denominan angelología.
Los
enfoques de las literaturas angélicas son diferentes entre sí y a veces
francamente opuestas. Algunos proponen que el poeta es el ángel caído de la
creación, que todo artista lo es, por ser divino, por poseer inspiración, por
rebelarse contra su mortalidad. Otros creen en entidades etéreas, seres de luz
que nos vigilan y acompañan en nuestro humano peregrinar hasta que nos
reconciliemos con la muerte, esa última travesía del espíritu. El ángel
caído simbólicamente no es otra cosa que la maldad encarnada, el engaño, la
mentira y la destrucción. En eso nos parecemos como hombres más a Satanás, a
esa hueste de insurgentes celestiales, los ejemplos sobran en la historia del
siglo XX. Poco tenemos, sin embrago, de los ángeles ascendidos a quienes alude
Rilke en sus Elegías de Duino,
quienes son tan bellos que apenas podemos soportarlos. He aquí los célebres
versos: “Den das Schöne ist nichts als des Schrecklichen Anfgang,/ der wir noch
grade ertragen und wir bebundern, …” (Pues la belleza no es más que la génesis
de lo terrible,/ un límite que nosotros apenas podemos soportar).
Pero ¿qué
clase de ángeles preferimos en la literatura? ¿A los heraldos del caos que
caminaron por las calles de Sodoma o a los mensajeros luminosos que viven en
una perpetua infancia como Xavier Villaurrutia lo consignó en su célebre poema
Nocturno de los ángeles: “Se dejan caer en las camas, se hunden en las
almohadas/ que los hacen pensar todavía un momento en las nubes./ Pero cierran
los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa,/ y
cuando duermen sueñan no con los ángeles sino/ con los mortales”?