He leído casi todas las
novelas de Arturo Azuela, mis preferidas son El matemático (SCM) y Estuche para
dos violines (FCE) porque en ellas Azuela fusiona la ciencia con la música, la
matemática con el arte. Son novelas eruditas, exigen del lector un ubérrimo
acervo cultural, su español es avanzado, su prosa exquisita. Azuela fue
matemático, músico, historiador de la ciencia, novelista (obtuvo un doctorado al
final de su vida en ciencias sociales en la Universidad de
Zaragoza), stricto sensu: un neorrenacentista, pero también un gran conversador
y un hombre generoso.
Quiero compartir el grato
recuerdo que conservo del maestro. Arturo Azuela perteneció al Seminario de
Cultura Mexicana, visitó León en varias ocasiones para dar talleres, charlas,
conferencias. En 1999 vino a la Biblioteca
Pública “Ignacio García Téllez” para hablarnos sobre Juan
Rulfo. Estuvimos con él, aprendiendo, escuchándolo, la tarde del viernes hasta
ya entrada la noche (pues sus charlas eran maratónicas y prolíficas) y toda la
mañana del sábado, eso sí, bebiendo café, tertuliando.
Recuerdo que nos narró
anécdotas sobre Rulfo y Arreola que no están en los libros porque las vivió con
ellos. Rulfo era el pretexto, el leitmotiv para hablar sobre toda la literatura
mexicana del siglo XX, sobre todo de los narradores. Recuerdo haber escuchado
que Rayuela (de Cortázar) para él ya había envejecido, que era ilegible para el
siglo XXI. Nos habló de su abuelo, el autor de Los de abajo, para él, Rulfo es
impensable sin ese predecesor, lo mismo que Yáñez, Revueltas, y otros
narradores de lo mexicano.
Nos compartió que repartía su
tiempo entre México y Sevilla, porque se pasaba seis meses en el Archivo General
de Indias indagando documentos inéditos para incorporarlos a sus ficiones y a
sus investigaciones históricas. Le pregunté qué opinaba sobre Francisco
González León, el célebre poeta laguense. Le dije que mis abuelos paternos eran
oriundos de Lagos de Moreno como su abuelo y se emocionó profundamente, lo supe
porque comenzó a hablar de su nostalgia laguense, como si de un monólogo se
tratase. Azuela se puso lírico, se tornó meditabundo y en tono confidente nos
habló de las tristezas de la vejez, de la infancia perdida, de los amores
marchitos. La poesía de “don Pancho” era para él una de las más conmovedoras
que jamás se habían escrito en México, la provincia laguense: una Atenas
jalisciense idílica. Por fortuna vivió lo suficiente para saber que Lagos fue
declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 2010. “Incluso
caminando por las calles sevillanas siento la nostalgia dominical por mis
orígenes –nos compartió con voz trémula-”.
Don Arturo Azuela partió de
este mundo el 7 de junio de 2012. Lo miré por televisión este año presentando
su última novela. Ya no era aquel hombre robusto y vigoroso a quien conocí, los
años no pasan en vano, pues a pesar de ser sexagenario a la sazón, poseía una
fuerza vital y una creatividad envidiables. Cada vez que releo Estuche para dos
violines, no puedo evitar recordar las confesiones de aquel hombre sabio, sencillo
y cordial, sobre una de las ciudades más entrañables para mí, el Lagos de mis
abuelos y de mi infancia, pues soy mitad alteño, mitad abajeño. Ya descansa en
paz uno de nuestros más eximios escritores.