sábado, 25 de agosto de 2012

Recordando a Arturo Azuela


     He leído casi todas las novelas de Arturo Azuela, mis preferidas son El matemático (SCM) y Estuche para dos violines (FCE) porque en ellas Azuela fusiona la ciencia con la música, la matemática con el arte. Son novelas eruditas, exigen del lector un ubérrimo acervo cultural, su español es avanzado, su prosa exquisita. Azuela fue matemático, músico, historiador de la ciencia, novelista (obtuvo un doctorado al final de su vida en ciencias sociales en la Universidad de Zaragoza), stricto sensu: un neorrenacentista, pero también un gran conversador y un hombre generoso.

     Quiero compartir el grato recuerdo que conservo del maestro. Arturo Azuela perteneció al Seminario de Cultura Mexicana, visitó León en varias ocasiones para dar talleres, charlas, conferencias. En 1999 vino a la Biblioteca Pública “Ignacio García Téllez” para hablarnos sobre Juan Rulfo. Estuvimos con él, aprendiendo, escuchándolo, la tarde del viernes hasta ya entrada la noche (pues sus charlas eran maratónicas y prolíficas) y toda la mañana del sábado, eso sí, bebiendo café, tertuliando.

     Recuerdo que nos narró anécdotas sobre Rulfo y Arreola que no están en los libros porque las vivió con ellos. Rulfo era el pretexto, el leitmotiv para hablar sobre toda la literatura mexicana del siglo XX, sobre todo de los narradores. Recuerdo haber escuchado que Rayuela (de Cortázar) para él ya había envejecido, que era ilegible para el siglo XXI. Nos habló de su abuelo, el autor de Los de abajo, para él, Rulfo es impensable sin ese predecesor, lo mismo que Yáñez, Revueltas, y otros narradores de lo mexicano.

     Nos compartió que repartía su tiempo entre México y Sevilla, porque se pasaba seis meses en el Archivo General de Indias indagando documentos inéditos para incorporarlos a sus ficiones y a sus investigaciones históricas. Le pregunté qué opinaba sobre Francisco González León, el célebre poeta laguense. Le dije que mis abuelos paternos eran oriundos de Lagos de Moreno como su abuelo y se emocionó profundamente, lo supe porque comenzó a hablar de su nostalgia laguense, como si de un monólogo se tratase. Azuela se puso lírico, se tornó meditabundo y en tono confidente nos habló de las tristezas de la vejez, de la infancia perdida, de los amores marchitos. La poesía de “don Pancho” era para él una de las más conmovedoras que jamás se habían escrito en México, la provincia laguense: una Atenas jalisciense idílica. Por fortuna vivió lo suficiente para saber que Lagos fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO en 2010. “Incluso caminando por las calles sevillanas siento la nostalgia dominical por mis orígenes –nos compartió con voz trémula-”.

     Don Arturo Azuela partió de este mundo el 7 de junio de 2012. Lo miré por televisión este año presentando su última novela. Ya no era aquel hombre robusto y vigoroso a quien conocí, los años no pasan en vano, pues a pesar de ser sexagenario a la sazón, poseía una fuerza vital y una creatividad envidiables. Cada vez que releo Estuche para dos violines, no puedo evitar recordar las confesiones de aquel hombre sabio, sencillo y cordial, sobre una de las ciudades más entrañables para mí, el Lagos de mis abuelos y de mi infancia, pues soy mitad alteño, mitad abajeño. Ya descansa en paz uno de nuestros más eximios escritores.